El relato de este científico que busca la piedra filosofal para pagar la deuda externa de su país inicia unos 5 años atrás. Cuando inicié mis estudios e investigaciones sobre la alquimia.
Entonces era yo un joven estudiante de los procesos de cambio en la materia y la energía... entonces no conocía esa otra parte de la que filósofos y poetas han gastado tanta energía en escribir. No, aún no conocía al amor.
Sin embargo, así como el nitrógeno se encuentra presente en la atmósfera y se dice inerte hasta que la temperatura y el tiempo de combustión aumentan, así me encontré con este sentimiento, con este caos, con el desorden que genera la intervención de alguien más en la existencia propia.
Y, en efecto, todo fue caos...
Primero todo iba bien, con catalizador incluído, con la estequiometría adecuada... hasta que decidí que tal proyecto no era para mi. Pero ¿en verdad no lo era?
Ya de esto sólo queda analizar e investigar los universos paralelos que de mis decisiones se desprendieron.
Luego llegó más caos, disfrazado de risa tormentosa. Risa que se convertía en estruendosa burla y en sombras llenas de resentimiento, de una dualidad amor-odio tan extraña, tan fuerte y tan mortal que fue entonces cuando recibí muchos golpes, en donde mi energía fue consumida lenta pero efectivamente, hasta drenarla por completo, hasta dejarme vacío...
Sin ganas de volver a ese caos.
Con el autosabotaje como bandera...
Con ganas de sumergirme en un charco y hundirme en lo más profundo del miedo que me causó pasar por ahí.
De esto hace algún tiempo... y del cielo color a tumba sólo llegan aún más risas tormentosas.
Así, sin respetar la paz de los muertos.
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